Anoche volví de Venecia con mi contractura muscular igual de jodida (por la mochila y otras actividades no contables en un blog para todos los públicos) y el cansancio no curado, pero correctamente desconectado, que es lo que importa. No hay nada como eso, como cortar unos días con la rutina para volver a ella y abrazarla sin reparos, no porque antes hubiera estado mal, no, sino porque, fiel al tópico, ¡joder qué bien sienta un soplo de aire fresco! (tanto más sabiendo que a finales de mes me hago otro viajecito a tres ciudades que llevo mucho tiempo deseando visitar: Praga, Viena y Budapest).
Y que conste que antes de comenzar con el tema que quería tratar en la entrada de hoy quiero decir que el nivel de mi instinto paternal es indirectamente proporcional al nivel de mi líbido, que luego sacamos conclusiones erróneas; pero es que en el aeropuerto de Venecia, mientras estábamos esperando a que el equipaje saliera de las profundidades (y mientras cruzábamos todos los dedos de nuestros cuerpos para que Iberia no hubiera mandado nuestras maletas a Tumbuctú) vi a una bebita de poco menos de ocho meses. Vio que estábamos abriendo una bolsa de Pandilla Drakis (ñam ñam) y dijo claramente: "patata patata". La miré sorprendido y la madre se encogió de hombros y se rió. La niña siguió diciendo "patata patata" y yo le pregunté a la madre si le podía dar una. Ella dijo que no había problema y cuando le di una patata a la niña ella sonrió y dijo "rica". Así, claramente. Después me los quedé mirando un rato (las maletas tardaron bastante en salir pero, en fin, no me sorprendió. Acababa de llegar a Italia, es lo que se espera de ese país) y la niña hablaba claramente. Muy claramente.
Después, en el avión de vuelta, coincidí sentado detrás de un padre británico con tres niños. El mayor no tenía más de cinco años. Pues bien, en cuanto despegamos (venga, reconocedlo, a que os gusta tanto como a mí la sensación del despegue. Es algo que me gusta tanto que monto en el avión solo por sentirla. Y no, no hay ironía en esta frase aunque pueda parecerlo) abrió un libro y se puso a leer. Era La isla del tesoro. Y no era una versión abreviada ni nada por el estilo, no. La isla del tesoro tal y como me la leí yo años ha. Cuando se aburrió, cogió un cuaderno y se puso a escribir con su caligrafía irregular de lápiz casi sin punta. Empezó poniendo al principio de la página: "Chapter 2" y yo ya no pude fliparlo más y me puse a darle codazos a mi chica, que dormitaba a mi lado. Joder, el niño estaba escribiendo un cuento. ¡Un cuento! Le cotilleé entero y, aunque ponía faltas (no tiene que ser muy fácil para un niño de cinco años la diferencia entre fonemas ingleses por muy nativo que seas) estaba bien escrito. ¡Y estaba escribiendo más letras que todos mis alumnos juntos en dos años!
Y en el autobús de vuelta a Cáceres coincidí de nuevo con una familia anglo-germánica. Era impresionante escuchar a la abuela hablar en alemán, que los niños le respondieran en inglés, que hablaran entre ellos en ambos idiomas... Y a mí, que no hay cosa que más me guste que hablar en inglés con niños británicos porque, no sé, supone un reto y me encanta, pues me puse a jugar con ellos a un juego de cartas (en realidad primero empecé haciéndole cucamonas al hermanito pequeño y luego la hermana mediana me dijo que el pequeño quería preguntarme si quería jugar a las cartas con ellos pero que le daba vergüenza preguntármelo y yo no pude negarme) y nos pusimos a jugar. Las cartas eran de Harry Potter y la hermana mayor me contó que se había presentado al casting de Luna Lovegood y estuvimos hablando de los libros. No sabéis el ataque de frikismo que me dio. Hablar de Harry Potter en inglés con niños británicos. Frikismo total y Fer encantado.
Pues bien, a lo que voy, lo que me ha sorprendido de estas anécdotas es precisamente la capacidad que tenemos los humanos (y especialmente los niños) para el aprendizaje de las lenguas y, bueno, para el aprendizaje en general. Soy un apasionado tanto de las lenguas como del lenguaje, entendiéndolo como la capacidad que tenemos los humanos para comunicarnos con signos lingüísticos y a mí todos estos temas me dan orgasmos intelectuales, vamos. Por tanto yo me pregunto lo siguiente: ¿cómo es posible que, teniendo en cuenta esta evidente capacidad del ser humano, haya psicólogos que hace unos años decidieran que para la enseñanza reglada en España lo lógico era bajar contenidos e igualar a todos los niños por debajo en lugar de proponerles retos y darles unos contenidos acorde a sus capacidades?
Es algo que no logro comprender. Pero, igualmente, teniéndolo en cuenta, sí que comprendo que nos vaya como nos vaya.
Y que conste que antes de comenzar con el tema que quería tratar en la entrada de hoy quiero decir que el nivel de mi instinto paternal es indirectamente proporcional al nivel de mi líbido, que luego sacamos conclusiones erróneas; pero es que en el aeropuerto de Venecia, mientras estábamos esperando a que el equipaje saliera de las profundidades (y mientras cruzábamos todos los dedos de nuestros cuerpos para que Iberia no hubiera mandado nuestras maletas a Tumbuctú) vi a una bebita de poco menos de ocho meses. Vio que estábamos abriendo una bolsa de Pandilla Drakis (ñam ñam) y dijo claramente: "patata patata". La miré sorprendido y la madre se encogió de hombros y se rió. La niña siguió diciendo "patata patata" y yo le pregunté a la madre si le podía dar una. Ella dijo que no había problema y cuando le di una patata a la niña ella sonrió y dijo "rica". Así, claramente. Después me los quedé mirando un rato (las maletas tardaron bastante en salir pero, en fin, no me sorprendió. Acababa de llegar a Italia, es lo que se espera de ese país) y la niña hablaba claramente. Muy claramente.
Después, en el avión de vuelta, coincidí sentado detrás de un padre británico con tres niños. El mayor no tenía más de cinco años. Pues bien, en cuanto despegamos (venga, reconocedlo, a que os gusta tanto como a mí la sensación del despegue. Es algo que me gusta tanto que monto en el avión solo por sentirla. Y no, no hay ironía en esta frase aunque pueda parecerlo) abrió un libro y se puso a leer. Era La isla del tesoro. Y no era una versión abreviada ni nada por el estilo, no. La isla del tesoro tal y como me la leí yo años ha. Cuando se aburrió, cogió un cuaderno y se puso a escribir con su caligrafía irregular de lápiz casi sin punta. Empezó poniendo al principio de la página: "Chapter 2" y yo ya no pude fliparlo más y me puse a darle codazos a mi chica, que dormitaba a mi lado. Joder, el niño estaba escribiendo un cuento. ¡Un cuento! Le cotilleé entero y, aunque ponía faltas (no tiene que ser muy fácil para un niño de cinco años la diferencia entre fonemas ingleses por muy nativo que seas) estaba bien escrito. ¡Y estaba escribiendo más letras que todos mis alumnos juntos en dos años!
Y en el autobús de vuelta a Cáceres coincidí de nuevo con una familia anglo-germánica. Era impresionante escuchar a la abuela hablar en alemán, que los niños le respondieran en inglés, que hablaran entre ellos en ambos idiomas... Y a mí, que no hay cosa que más me guste que hablar en inglés con niños británicos porque, no sé, supone un reto y me encanta, pues me puse a jugar con ellos a un juego de cartas (en realidad primero empecé haciéndole cucamonas al hermanito pequeño y luego la hermana mediana me dijo que el pequeño quería preguntarme si quería jugar a las cartas con ellos pero que le daba vergüenza preguntármelo y yo no pude negarme) y nos pusimos a jugar. Las cartas eran de Harry Potter y la hermana mayor me contó que se había presentado al casting de Luna Lovegood y estuvimos hablando de los libros. No sabéis el ataque de frikismo que me dio. Hablar de Harry Potter en inglés con niños británicos. Frikismo total y Fer encantado.
Pues bien, a lo que voy, lo que me ha sorprendido de estas anécdotas es precisamente la capacidad que tenemos los humanos (y especialmente los niños) para el aprendizaje de las lenguas y, bueno, para el aprendizaje en general. Soy un apasionado tanto de las lenguas como del lenguaje, entendiéndolo como la capacidad que tenemos los humanos para comunicarnos con signos lingüísticos y a mí todos estos temas me dan orgasmos intelectuales, vamos. Por tanto yo me pregunto lo siguiente: ¿cómo es posible que, teniendo en cuenta esta evidente capacidad del ser humano, haya psicólogos que hace unos años decidieran que para la enseñanza reglada en España lo lógico era bajar contenidos e igualar a todos los niños por debajo en lugar de proponerles retos y darles unos contenidos acorde a sus capacidades?
Es algo que no logro comprender. Pero, igualmente, teniéndolo en cuenta, sí que comprendo que nos vaya como nos vaya.